Alejarse de las canchas. Pensar en no volver. La incertidumbre de no saber cuándo reincidir en el precioso arte de patear una pelota. Ignorar las sensaciones únicas e inequívocas de pisar el verde césped. Olvidar la alegría de hacer un pase. Relegar la hermosa sintonía que tiene un grito de gol del equipo al que uno pertenece. Desconocer el dolor de una anotación contraria. Prescindir de la calentura al salir de la cancha. Omitir el maravilloso sentimiento de calzarse los botines. Dejar el fútbol. Descuidar el cuerpo. Despreocuparse por la salud mental. Arrinconar la alegría.
Una vuelta al fútbol. Resurgen las emociones. La adrenalina retorna. Se acerca una pelota. Doy un buen pase. Me sonrío. Me tiran un precioso y eficiente pase largo. Lo corro. Me caigo. Me avergüenzo. Me alegro. Volví a jugar a la pelota. Y sólo fueron tres meses. Pero pareció una eternidad.
La felicidad de llegar a Almafuerte. De encontrarse con la redonda. Con el regocijo inigualable que provoca este extraordinario deporte. Encontrarse con los compañeros. Son amigos. Recibir un abrazo, darlo. Un beso en la boca. Entender a la pelota como un mate: es un elemento de reunión. De camaradería. Escuchar un grito. Un chiste. Una risa. Sentir un escalofrío que recorre todo el cuerpo. Mirar al cielo. Sonreír con los ojos. Volver al Sholem. Volver al fútbol. Es lo mismo.
1 comentario:
Aprendería a teletrasportarme sólo por compartir un domingo más con uds! Los quiero
Sholem, mi buen amigo....!
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