
Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". La frase es del escritor, filósofo, intelectual y humanista Albert Camus. La dijo durante sus años de arquero (1928-1930) en el Racing Universitaire de Argel. "Soy un tipo tranquilo, pero en la cancha me vuelvo loco." ¿Cuántas veces hemos dicho y/o escuchado estas palabras? ¿Qué es lo que expresamos y descargamos cuando vamos a un partido e insultamos a los propios, a los rivales y al árbitro? ¿El fútbol nos transforma o nos retrata, como sugerían aquellos comerciales de Gatorade? Hacerse las preguntas no significa tener las respuestas. El episodio Desábato-Ortega es una muestra más de la decadencia cultural del fútbol argentino. Con la complejidad del tema, se corre el riesgo de caer en el moralismo o en la justificación del vale-todo. Expresiones como "son cosas del partido" o "todo queda dentro de la cancha" sirven para relativizar acciones y comportamientos. Y, por el otro lado, desconocer que esta práctica existe significa negar lo evidente. También es una tentación reducirlo al simplismo de "¡así está el país, qué barbaridad!"
El sábado a la noche, durante el primer tiempo de Estudiantes-River, Leandro Desábato contestó un evitable topetazo de Ariel Ortega con una frase vinculada con su alcoholismo. Le dijo "borracho". La cámara de TV lo detectó y, lectura de labios mediante, fue muy fácil reconocer la expresión. Fue un gesto de mala leche, condenable por donde se lo mire. Hablo del gesto y no de la persona. Le apuntó a su debilidad. Ortega hace lo que puede para salir de su adicción. Probablemente, jugar al fútbol sea, hoy, la única terapia positiva a su alcance. Llamarlo "borracho" es peor que decirle "hijo de puta" o "cornudo", un insulto muy habitual entre los jugadores. En los códigos del fútbol-macho, cornudo equivale a humillación. Se dicen de todo para herir al rival por más que después escuchemos que "el jugador es lo más sano" o "debemos respetarnos entre colegas", frases de ocasión que ni ellos creen.
La transmisión de todos los partidos por TV, con siete cámaras como mínimo, ha cambiado el concepto de que "todo queda en la cancha". Ahora algunos se tapan la boca cuando le hablan a un compañero para que no los descubran. La detección de frases dichas durante el juego nos ha servido a los periodistas para crear polémicas y armar circo. Por ejemplo, aquella de Cappa en un Huracán 4 vs. River 0 refiriéndose a Vega como un arquero sin manos tras una sensacional atajada. Fue incluida y con subtítulos en el programa Fútbol de Primera, donde yo trabajaba. Innecesaria y fuera de contexto, el DT la calificó de "canallada". La frase de Desábato está en otra bolsa. Aquí la culpa no la tiene la prensa. La tiene el propio defensor de Estudiantes. El solito se compró el problema.
Inmediatamente, saltó el recuerdo de su detención en Brasil tras un partido de Copa Libertadores entre São Paulo y Quilmes. Tras haberle dicho "macaco, metete la banana en el orto" al delantero Grafite, quedó demorado en la comisaría 34 de Morumbí acusado de discriminación racial, un delito no excarcelable en ese país. Tras 48 horas en la cárcel, la Justicia brasileña cambió la carátula y la convirtió en una causa por injurias. La denuncia había sido hecha por el propio jugador brasileño y ratificada por dos testigos, que le habían leído los labios por televisión. Un compañero lo defendió enfáticamente: "Fue una aberración. Lo trataron como si fuera un delincuente. Esta historia estuvo orquestada. Si Grafite se va a ofender porque le dijeron una grosería, que se vaya a jugar a las muñecas". Era Matías Almeyda, integrante de aquel equipo. Antenoche, el capitán de River fue el primero en ir a buscarlo por lo que había dicho. Desábato tuvo suerte. El propio Ortega decidió compartir el centro de la escena con la patada criminal que le pegó en el segundo tiempo. Otro gesto de mala leche por el que debió haber sido expulsado. El árbitro Pittana ni siquiera lo amonestó. Como si estuviera avalando la reacción física a aquella provocación verbal. Luego sí le mostró la amarilla al defensor por una dura entrada contra el delantero en su enésimo duelo. Pero el partido ya se había desmadrado por su omisión anterior. No supo poner límites cuando debía. Plantea Camus: "Si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo".
Estas cosas pasan en el fútbol. Entre profesionales y también en solteros contra casados. Y no sólo ocurren dentro del rectángulo. Hay un peligroso cóctel de intolerancia y mala educación, esparcido por todos lados, incluidas las computadoras de los foristas. Hace dos semanas, Ricardo Caruso Lombardi y Omar Asad protagonizaron un papelón en Godoy Cruz 6 vs. Tigre 2. Tras un pelotazo de su colega, Asad lo acusó de pedirles coima a los jugadores. Y la respuesta fue "gordo falopero". Lo increíble es que el DT de Tigre se desmintió a sí mismo y dijo que, en realidad, le había dicho "morfón" y no "drogón". Al día siguiente, el celular de Asad estaba repleto de mensajes de futbolistas dirigidos por Lombardi, dispuestos a declarar a su favor con nombre y apellido. Pero luego ambos entrenadores compartieron un programa de TV y el caso se transformó en anécdota. Vale otra frase de Camus: "He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha".
Estamos todos muy locos. Y me incluyo. Hace unos meses, me tocó comentar un Racing vs. Arsenal en el Cilindro. Antes de apoyar mi cuaderno sobre la mesa de la cabina, ya había recibido el primer insulto por "anti-Racing" Identifiqué a la persona, lo insulté y lo invité a pelear. Treinta segundos más tarde, había más de veinte enardecidos pegados al vidrio saludando a mi mamá y con ganas de pegarme. Rápidamente intervino Rodolfo Molina, el presidente del club, y ahí terminó el incidente. Estoy arrepentido y avergonzado de mi respuesta, pero en ese momento no la pude evitar.
El sábado pasado, Angel Cappa se retiró del campo de juego insultando a la platea pincha. La vorágine también lo arrastra. Es un entrenador con vocación de enseñar y pedagogo de profesión, pero bastante seguido termina puteando como Federico Luppi en Plata dulce. Hace diez días, el colombiano Bonilla, llorando, denunció a Esteban Fuertes. "Te voy a romper los huesos, negro de mierda; volvete a Africa" dijo que le dijo Bichi. Una semana antes de su confesión, el defensor había sido expulsado en Colón 3 vs. Boca 0 por una criminal patada contra Facundo Bertoglio. Recibió dos fechas de suspensión. Mientras tanto, el Inadi inició una investigación contra Fuertes, cuyo alegato no convencería ni a un abogado defensor: "En el fútbol nos decimos de todo. Además, yo tuve compañeros negros como Daley Mena". Volvamos a Camus: "Inocente es quien no necesita explicarse".
Reconocer estos tiempos violentos e intolerantes no implica ni convalidarlos ni mucho menos resignarse. ¿Por dónde empezar entonces? Por identificar y valorar los buenos ejemplos. A los 17 minutos del segundo tiempo del controvertido Estudiantes vs. River, Cappa decidió el ingreso de Buonanotte por Pereyra. Antes de entrar, Diego recibió un fuerte abrazo del entrenador rival Alejandro Sabella, en el que le expresó todo su cariño y su apoyo por la desgracia que le tocó vivir a fin del año pasado, un choque con su auto que le costó la vida a tres amigos suyos. Fue un gesto hermoso, digno de una persona íntegra que, justo esa noche, decidió mandar un mensaje esperanzador. No todo está perdido con tipos como Sabella. Ojalá provoque contagio entre todos nosotros. Al final, como dice Albert Camus, "en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio".
- ¿El fútbol nos transforma o nos retrata?
Estas cosas pasan en el fútbol. Entre profesionales y también en solteros contra casados. Y no sólo ocurren dentro del rectángulo. Hay un peligro de intolerancia y mala educación, esparcido por todos lados, incluidas las computadoras de los foristas.
1 comentario:
Gran abrazo para todos!
Estoy muy cargado de actividades y a eso se debe mi desaparición. En cuando tenga un bache paso por un entrenamiento (si no me tropiezo, claro.... digo, por el bache...)
Giba
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